Tameshigiri y tsujigiri

Por mucho que ahora estén expuestas en museos para que la gente se deleite observándolas, no conviene perder de vista el hecho fundamental de que una espada es un arma. Una herramienta cuya finalidad básica es matar gente. En el caso de las katanas, a poder ser partiendo en dos al pobre infeliz que se le ponga a uno por delante. 
 
Los japoneses del medievo, que eran gente pragmática, siempre tuvieron esto bastante claro. Y, del mismo modo que hoy en día quien va a comprarse un coche se da un voltio con él para ver qué tal responde en las curvas antes de hipotecarse el sueldo de los próximos lustros, los samuráis hacían lo mismo con sus herreruzas. 
 
Solo que, claro, la única manera de comprobar qué tal “funciona” una katana es dar tajos con ella a ver qué tal corta. Esto es lo que se llama tameshigiri, "prueba de corte". 
Hay muchas maneras de poner en práctica este noble arte, y casi todas son inofensivas. 
 
Lo más habitual es cortar troncos de bambú o esteras de tatami enrolladas. Quienes hayan practicado kenjutsu, el arte de la espada japonesa, probablemente estén familiarizados con el proceso. Pero, en los viejos tiempos, de vez en cuando se utilizaban cadáveres humanos para estos menesteres. O también de animales, si se tenían a mano. El tameshigiri se practicaba con cadáveres (a ser posible recién muertos, para mayor realismo), generalmente de reos condenados a la pena capital. Una vez ejecutado el prisionero, se usaba su cuerpo para probar las espadas.

No era cosa extraña toparse con una de estas sesiones de disección a golpe de katana a la orilla de cualquier camino. 
Incluso existían tratados de lo más minucioso, detallando los distintos cortes que se podian practicar, con diagramas del cuerpo humano despiezado cual gorrino en una charcutería. 


A veces, se apilaban varios cuerpos sobre un montículo de tierra, sujetos con varas de bambú, y se trataba de ver cuántos podían atravesarse de un solo tajo. Cortar dos o tres ya era una proeza considerable.
 
 
 
En ocasiones el tameshigiri también se hacía con sujetos vivos, la prueba definitiva para estar seguro de lo buena que era una herreruza a la hora de cumplir con su cometido. 
En estos casos se usaba a presos del corredor de la muerte como conejillos de indias, y por lo general se los despachaba con el primer golpe (preferentemente decapitándolos) para después seguir con los demás mandobles del repertorio mientras el cadáver estuviera aún fresco. 

Había una variante más hardcore de esta última modalidad de tameshigiri, que era ponerse a rajar a transeúntes por los caminos. Es lo que se llamaba tsujigiri, una práctica bastante salvaje que, pese a estar prohibida por las leyes Tokugawa, gozó de cierta popularidad entre las pandillas de macarras y delincuentes callejeros de la era Edo.

En realidad, era muy raro que un samurái tuviera la oportunidad de probar su espada en carne humana fuera del campo de batalla. El tameshigiri era una práctica profusamente regulada y con un ritual y etiqueta muy precisos, no apta para amateurs. Los encargados de llevarla a cabo solían ser maestros espadachines, contratados para la ocasión. Los verdugos de las prisiones también se ganaban sobresueldos ofreciendo este tipo de servicios. Una vez hecha la cata, los resultados se anotaban minuciosamente y quedaban registrados, ya que el valor de la propia katana dependía en buena medida de ellos.
 
 

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