Erotismo con tentáculos


Esta famosísima estampa erótica, bautizada en principio como Buceadora y pulpo y conocida poéticamente como El sueño de la mujer del pescador, es una de las obras maestras del artista japonés Katsuhisha Hokusai, y forma parte del álbum de estampas eróticas (shunga-e) llamado Kinoe no komatsu y publicado en 1814. En realidad Hokusai no fue el primero en imaginar ese tipo de escenas, aunque sí el que mejor las plasmó… 
 
Muchas de las abundantes imágenes de la época que incluyen buceadoras y pulpos se pueden interpretar como parodia erótica de una antigua historia popular en Japón durante el período Edo: la leyenda de Taishokan y en particular el episodio de la toma de la joya o Tamatori Monogatari
En la historia original, una buceadora se sumerge en las profundidades del océano para recuperar una gema de valor incalculable que había sido robada a su hijo por el rey Dragón del Mar. Una vez con la joya en su poder, y mientras volvía a la superficie gracias a una cuerda atada a su cintura, fue perseguida por un ejército de monstruos subacuáticos y atacada por un feroz dragón marino. En lugar de defenderse y correr el riesgo de perder la joya, la buceadora se abrió el pecho con una daga y escondió la gema en su interior… 
El dragón la asesinó, pero al encontrarse el cadáver de la valiente pescadora, su hijo pudo recuperar la piedra preciosa.  
 
En su origen el Taishokan era una historia solemne y de tintes religiosos, y el episodio del Tamatori se subrayaba como ejemplo de la abnegación y sacrificio femeninos. A más de un sacerdote sintoísta le hubiera dado un infarto de saber que no sólo Hokusai sino muchos otros artistas de su época parodiaron la leyenda convirtiendo el dragón marino que perseguía a la pescadora en un pulpo con intenciones bastante más libidinosas… siempre ha sido excitante profanar imágenes religiosas. Y supongo que la imaginación de los artistas de la época fue estimulada por factores como que tanto la palabra tako (pulpo) como awabi (delicia marina recogida por las pescadoras) fueran sinónimos de “vagina” en el argot de la época. Por no hablar de que las ama (buceadoras y esposas de pescadores) trabajaban tradicionalmente semidesnudas, hasta el punto de que ciertos nobles, y en cierta memorable ocasión, un emperador, pagaban para verlas en acción.
 
 
El texto que acompaña a El sueño de la mujer del pescador no deja dudas ni sobre el origen del grabado ni sobre el placer que siente la pescadora. 
 
El pulpo grande dice: “Me preguntaba cuándo, cuándo llegaría la hora del rapto, pero ese día ha llegado. Al menos ella ya ha caído en mis redes. Y digan lo que digan, es un coño de lo más rellenito y apetecible. Aún más que una patata. Chupar y chupar hasta saciarse, y luego llevármela al palacio del rey Dragón, y hacerla prisionera”. 
 
La buceadora susurra (y gime): “Ah, este pulpo odioso, chupando la piel de la boca interior de mi útero hasta dejarme sin aliento, ¡que me corro! Con su boca prominente provoca mi vagina abierta. (…) ¡A ver! ¿Qué diríais, qué diríais si ocho piernas os abrazaran? Oh, está hinchándose adentro, las secreciones rezuman como agua hirviendo. Siento cosquillas, una tras otra hasta perder la cuenta, límites y barreras desaparecen… Ya estoy… ¡Me corro! ¡Me corro!”.  
 
El pulpo pequeño, mientras tanto, parece más concentrado en su labor: “Cuando mi pariente haya acabado, también yo usaré mi boca prominente para restregársela desde su clítoris hasta su culo hasta hacer que se desmaye, y cuando vuelva en sí, volveré a hacérselo, jeje”.
 
Algún biólogo podría precisar que los pulpos no están provistos de carnosos y suaves labios en la boca, sino de una especie de afiladísimo pico poco apropiado para el cunnilingus. También podría hacer notar, eso sí, que el pulpo es el único invertebrado que dispone de tejido eréctil: un pequeñísimo órgano llamado lígula en la punta del hectocótilo (el tentáculo reproductor del macho).
 
Netsuke
 
No es solamente en los ukiyo-e donde podemos encontrar pulpos y mujeres en actitud más que cariñosa. Ya en el siglo XVII se fabricaban netsuke (pequeñas estatuillas de marfil) que empleaban este motivo: a veces de forma sugerida y en otras ocasiones de manera explícitamente sexual. Estos netsuke se empleaban a modo de broches de los que colgar monederos o bolsitas de los kimonos tradicionales, carentes por completo de bolsillos, y permitían añadir un toque de libertad y picardía en las decoraciones estrictamente reglamentadas de la vestimenta. 
En la actualidad se siguen produciendo muy buenos netsuke, empleando marfil de mamut (ya que los elefantes son especie protegida), plástico o madera. Y en muchos de ellos siguen apareciendo variaciones del pasatiempo erótico preferido de la pescadora de Hokusai: piezas ideales para la colección de cualquier erotómano.
 
Japonismo y Picasso
 
El arte japonés fue empezando a introducirse en Occidente a partir de mediados del siglo XIX, influyendo poderosamente a muchos artistas de la época. El artículo fundacional Japonismo, de Phillippe Burty, bautizó a este fenómeno artístico y cultural, desde París a la mayoría de capitales europeas. Las influencias niponas se notaron con fuerza en autores como Van Gogh, Gauguin, Tolouse-Lautrec, Manet, Whistler… y Picasso.
 
Picasso llegó a Barcelona por primera vez en 1895, poco antes de su decimocuarto cumpleaños, en pleno auge del japonismo en la Ciudad Condal. Poco antes habían abierto las primeras tiendas especializadas en arte oriental, se había organizado una muy comentada exposición de objetos japoneses en el Paseo de Gracia, y en el café-restaurante Els Quatre Gats artistas como Santiago Rusiñol mostraban su querencia por las xilografías japonesas y fusionaban las influencias niponas con su propio arte. 
La cercanía de Picasso a los motivos japoneses continuó antes de cumplir los veinte años, cuando recibió el encargo (finalmente inconcluso) de dibujar un cartel para las actuaciones en París de la actriz Sadayakko, cuyo paso por Barcelona fascinó al mundo artístico de la época.
 
No sorprende entonces que en Dibujo erótico: Mujer y pulpo, de 1903 (incluido en la exposición), Picasso represente a una mujer recibiendo un explícito cunnilingus de un calamar… Situación similar a la de la mujer estimulada por un improbable pescado de larga lengua en Le Maquereau
 
 
Es fácil deducir que las influencias japonesas recibidas incluyeron una buena ración del erotismo cefalópodo de Hokusai. 
Picasso fue un coleccionista de estampas eróticas japonesas: llegó a poseer 61 grabados de grandes artistas de ukiyo-e, como Kitagawa Utamaro o Nishikawa Sukenobu. Una hermosa colección mostrada en parte (19 estampas) por la exposición del Museo Picasso.
 
No fue Picasso el único artista de la época que se dejó impresionar por el poder de los tentáculos. Ya en 1880 el decadentista belga Félicien Rops había dibujado la pesadillesca obra El pulpo, en la que una especie de cefalópodo extraterrestre se introduce por la boca y vagina de una pobre mujer que se resiste a ello con todas sus fuerzas, recibiendo sangrientos picotazos. Una obra oscura, malvada y fascinante de la que pueden hacerse múltiples lecturas… 

Urotsukidoji

Toshio Maeda, el genial creador de Urotsukidoji, ha afirmado en varias entrevistas que si empezó a salpicar sus obras de tentáculos demoníacos no fue por un repentino impulso satánico ni como homenaje a El sueño de la mujer del pescador, sino por un motivo mucho más prosaico: la censura. La interpretación más habitual del artículo 175 del Código Penal japonés prohíbe dibujar penes, pero no contempla la censura de apéndices tentaculares de pulpos, aliens, demonios mitológicos, máquinas enloquecidas o mutantes radiactivos. 
 
Es un hecho conocido que la censura japonesa impuesta sobre el porno ha estimulado la imaginación de los dibujantes nipones hasta límites insospechados, pero este quizá sea uno de los casos más dementes y curiosos. Y es que Maeda dio a luz, medio por casualidad, a un subgénero entero del hentai llamado shokushu zeme (literalmente, «tortura del tentáculo»), aunque se suela traducir en occidente como tentacle rape («violación tentacular»). El éxito de la viscosa escena del anime de Urotsukidoji (no presente tal cual, por cierto, en el manga original) hizo que Maeda se diera cuenta de que había encontrado un filón a explotar con mangas eróticos como Demon Beast Invasion o el ya autoparódico La Blue Girl
Bautizado como “Tentacle Master” por sus fans, Maeda es un dibujante incansable, aún activo y famoso hoy en día a pesar del accidente que le inutilizó el brazo derecho en 2001.
 
Existe una diferencia probablemente significativa entre el shokushu zeme nacido en los ochenta y el erotismo tentacular de Hokusai. En El sueño de la esposa del pescador no apreciamos nada en la expresión de la mujer ni en su lánguido abandono corporal que sugiera tortura ni violación, más bien al contrario: placer y sensualidad relajada, aunque sea en el transcurso parodiado de un “rapto”. ¿Reflejo de una sexualidad más abierta y sencilla en el periodo Edo que en nuestra época actual rebosante de tabúes y vergüenza? Según algunos autores (como la imprescindible escritora francesa Agnès Girard), la expresión torturada en los rostros de muchas mujeres asediadas por los tentáculos en el shokushu zeme moderno no viene tanto de que se estén sintiendo violadas o asaltadas, sino de la vergüenza máxima que les supone que se haga visible su excitación sexual. 
 
En una sociedad en la que es tabú (especialmente para las mujeres) mostrar públicamente las emociones, la liberación absoluta hacia el placer viene a través de una sumisión a una fuerza externa irresistible e inhumana, lo que permite abandonarse y gozar sin límites, aunque sea avergonzadamente. 

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